Articulo de Rodrigo Amirola para el Instituto 25M
“Política sin ética es politiquería y ética sin política es narcisismo”
Manuel Sacristán
- Introducción: Podemos y sus crisis.
Durante los últimos tiempos, se han
vertido ríos de tinta sobre Podemos y sus crisis. En sus dos años breves
de existencia, ha sufrido multitud de crisis atravesadas por las causas
más diversas, que anunciaban de forma más o menos apocalíptica el final
del proyecto. Desde “el caso Monedero” hasta las diferentes crisis
territoriales, atravesadas por diferentes lógicas y asociadas también a
la inestabilidad provocada por un modelo organizativo diseñado para
encarar sucesivas batallas electorales, sirvieron en un momento u otro
para señalar el fracaso de la apuesta y las limitaciones de un proyecto
con los días contados.
En estos mismos dos años, Podemos ha
sido caracterizado de multitud de formas, pudiendo decir sin exagerar
que pareciera que tuviera mil caras: monstruo, partido-movimiento,
objeto político no identificado, etc. Todas ellas revelan probablemente
algo de su naturaleza y, al mismo tiempo, son incompletas porque no
enmarcan la figura en un contexto, que nos iluminaría más claramente
sobre sus límites. De entre todas ellas, la que más me ha sorprendido es
aquella que identifica a Podemos con la crisis: “Podemos es la crisis”.
Es una fórmula ambivalente y paradójica. De un lado, parece remitir a
que Podemos, como organización política, siempre ha estado de alguna
manera en crisis y, de otro, establece algún tipo de relación – algo
difusa – entre Podemos y la excepcionalidad, producto de una crisis de
régimen, enmarcada en una crisis europea e internacional.
Desde cierta perspectiva, todo ello es
cierto pero, al mismo tiempo, “naturaliza” Podemos y lo hacer aparecer,
como muchas veces ocurre con las crisis económicas, como un fenómeno
natural. Se contraen los tiempos, se desdibujan los contextos y los
hechos, se borran los nombres y, por tanto, también las
responsabilidades. Ya he defendido en otros lugares con anterioridad la
apuesta estratégica que supuso Vistalegre – así que no me extenderé -,
una apuesta para un contexto determinado, que ha ido ajustándose en
función de la realidad y que, ahora, ha de ser revisitada a la luz de
nuevos hechos y de los nuevos retos que aparecen en el horizonte.
Quizás dos de los puntos críticos más
importantes, que han merecido cierta revisión de la hipótesis y que han
sido apuntados desde diferentes lugares, son, por un lado, el diseño
constitucional del régimen del 78 como un sistema parlamentario, que
impedía llegar a “momentos de la verdad”, es decir, momentos de máxima
polarización en los que las opciones se redujeran claramente a dos y,
por otro, el carácter plurinacional de nuestro país, que empujaba a
Podemos a confluir con diferentes fuerzas de cambio en función de los
distintos territorios y adoptar un carácter más coral como organización
política democrática y plural, reflejo de la diversidad de España.
En un momento como el actual, es crucial
pararse a evaluar lo conseguido hasta aquí, ya que hay algunos que
parecen no entender que todo largo plazo no se construye, sino dando
pasos cortos, y analizar en qué posición nos encontramos tras el
trayecto recorrido. En definitiva, si estamos hoy en mejores condiciones
de cambiar nuestro país que hace dos años o, al menos, de construir una
herramienta útil para abordar nuestra tarea.
Repetir una y otra vez la idea de que
Vistalegre prometía el asalto definitivo a los cielos no aporta mucho a
la discusión. Vistalegre no prometía – porque nadie puede prometer – la
infalibilidad de nadie, ni tampoco la perfección de una construcción
humana, que, en ningún caso, puede poseer. Lo que puede aceptarse con
honestidad es que trató de resolver un conflicto irresoluble entre
democracia y eficacia que cualquier organización democrática ha de
tomarse en serio, si quiere estar realmente haciendo política y no otra
cosa.
- Situación actual: Madrid y la tentación del gobernismo.
Tras las dimisiones del Secretario de
Organización de la Comunidad de Madrid, Emilio Delgado, y, a los pocos
días, de diez consejeros más de ese mismo órgano, explicando sus
desavenencias con la dirección política en esa comunidad por
incomparecencia y falta de confianza, empieza una semana llena de
tensiones, en la que se precipitará el cese de Sergio Pascual como
Secretario de Organización y la propuesta de Iglesias a Pablo Echenique
como su sustituto. Una combinación entre los medios de comunicación y la
imaginación de más de un avezado analista contribuyeron a estatalizar
un conflicto que se había desatado públicamente por razones madrileñas.
Como es conocido, Podemos ha vivido de forma casi permanente inmerso en
diferentes crisis territoriales. Seguramente propiciadas porque el
modelo de Vistalegre, que estaba pensado fundamentalmente para conformar
una organización eficaz a la hora de afrontar batallas electorales,
ponía mucho peso en las personas y fomentaba, en último extremo, cierta
inestabilidad orgánica. ¿Por qué se producía ahora el cese del
secretario de organización estatal?
Desde diferentes lugares, se ha aportado
una hipótesis, construida desde el imaginario de una organización
vieja: al contrario de lo que alegaban los dimitidos, sus razones no se
quedaban en Madrid, sino que eran inconfesables y se cifraban en
diferencias respecto al proceso de investidura en marcha. Según esta
visión, los dimitidos formarían parte de un sector de la organización
que estaría preso de la tentación del gobernismo, esto es, llegar a toda
costa al poder a cambio de pactar con el PSOE e, incluso, con
Ciudadanos y que tendría su ejemplo paradigmático en la figura de
Manuela Carmena.
Nada más lejos de la realidad. Quizás
sería interesante no hacerse trampas al solitario, ni construir muñecos
de paja y atender mínimamente a las razones públicamente expuestas. El
daño a Podemos no se produce por un constante ruido mediático o por la
existencia de diferencias dentro de la organización, sino más bien por
la forma en la que vivimos y gestionamos esas diferencias. En una
sociedad democrática y pluralista como la nuestra, lo lógico es que una
herramienta como Podemos adapte con normalidad esas características y
aprenda de algunos errores cometidos. Si no se acepta la pluralidad de
partida, volverá con más fuerza.
Respecto a la figura de Manuela Carmena,
quizás tengamos que fijarnos más en ella. Ahí se anudan las
contradicciones y los límites de las fuerzas de cambio en un momento
crucial como éste: un tipo de liderazgo decisivo para ganar la capital
de España, caracterizado por el diálogo, la escucha y otras virtudes
propias de una sociedad democrática como la mediación o la prudencia, y
símbolo de la multitud de obstáculos y dificultades, que nos
encontramos, para llevar adelante un proyecto transformador de sociedad
desde una institución como el Ayuntamiento de Madrid. Entre el heroísmo
de las virtudes guerreras y la religión propia de los clérigos
deberíamos avanzar por la vía abierta por Podemos y su política
hegemónica.
- ¿Transversalidad versus radicalidad?
No queremos aspirar al 20%. Quien hace
política pensando “nosotros somos la verdadera izquierda porque el PSOE
es la falsa izquierda, y entonces nosotros vamos a ocupar el espacio
que deja el PSOE a su izquierda, y si nos va muy bien tendremos un 13 o
14%…”. No me interesa eso, porque quizás hemos estado en América Latina y
hemos visto que se puede aspirar a algo que va más allá, aunque es
evidente que nosotros somos de izquierda. Pero plantear la pelea
política en ese eje es entregarle la victoria al enemigo
Pablo Iglesias
La división de Podemos y del movimiento
se establecería entonces entre los partidarios de la firmeza y de la
vuelta a las esencias (los verdaderos radicales en el sentido positivo
del término), y los moderados, presos por la tentación gobernista. En
realidad, tanto el imaginario desde el que se construye la división como
esa pretendida vuelta a las esencias serían dar pasos hacia atrás.
Podemos y su apuesta por construir un gran movimiento democrático contra
el turnismo realmente existente y sus políticas de austeridad nació con
la pretensión de dejar a un lado el eje izquierda-derecha. No se
trataba de negar absolutamente su validez, ni de hacer una suerte de
síntesis superadora. Ambas posibilidades están directamente destinadas
al fracaso o a la catástrofe, pero sí de construir una mayoría popular
nueva, caracterizada por su transversalidad, esto es, su capacidad para
atravesar los campos enemigos de uno a otro lado, pasar por encima y por
debajo de ellos indiferentemente y plantear una construcción
hegemónica. Ésta priorizaría una dimensión vertical de la política – el
eje arriba-abajo o la relación entre gobernantes y gobernados -,
conectando con la crisis de régimen realmente existente y la desafección
política mayoritaria, para introducir nuevas demandas, reanudar viejas
batallas en términos nuevos y construir una mayoría popular capaz de
cambiar el país.
Evidentemente no se trataba de negar ese
eje horizontal, que divide al pueblo y a los gobernantes
respectivamente, de forma absoluta, sino de destacar que en un momento
anómalo, un momento completamente excepcional, esa división saltaba por
los aires y eran más efectivas otras prácticas y otros lenguajes, otras
formas de persuasión, convencimiento y politización para construir un
pueblo y no repetir la izquierda.
Hay un ejemplo especialmente revelador
para esta polémica que podríamos llamar “el caso Ciudadanos”: su
rapidísimo paso de ser un partido de ámbito catalán a su presentación en
escena como partido español de relevancia. En todo ese proceso, algunos
miembros de Podemos entendieron que la aparición repentina en esa nueva
dimensión de Ciudadanos y su éxito asociado a su lenguaje del cambio,
sus nuevas formas y la comprensión de la nueva gramática asociada al
15-M suponían necesariamente la re-ideologización del debate político en
términos de izquierda-derecha y la fragilidad de la estrategia
hegemónica. Aunque evidentemente la aparición con fuerza de un cuarto
actor que se presenta como alternativa al bipartidismo, ponía las cosas
más difíciles para Podemos, quizás había que entender más bien lo
contrario. Lejos de ser Ciudadanos y su fulgurante éxito – que luego no
fue para tanto – la prueba de que Podemos se había confundido con la
transversalidad y había que re-ideologizar el debate, el éxito de la
estrategia de Podemos se veía realizado de alguna manera en la irrupción
con fuerza de Ciudadanos, que había comprendido parte de nuestro éxito.
Los adversarios se veían contaminados por nuestras prácticas y nuestros
lenguajes, viéndose obligados a moverse no sólo en las formas o los
ropajes, sino incluso en ciertos contenidos (piénsese, por ejemplo, en
el abandono momentáneo de la sacralización del déficit público impuesto
por Bruselas).
No se trata de que las fracturas de
clase no tengan relevancia, ni tampoco de que los diferentes tipos de
políticas públicas, incluso antagónicas, sean algo extemporáneo, sino de
que las primeras no son la única variable para la construcción de
sujetos políticos y no hay traducciones inmediatas. Podemos tocó una
tecla social muy precisa y sería un retroceso olvidar la lección antes
de que terminen estos tiempos anómalos. Ser radical consiste en
confrontar políticamente con los privilegiados en el terreno que menos
les conviene y tener un horizonte estratégico que nos sirva de guía para
la acción cotidiana.
4- Conclusiones. ¿Qué normalidad?
Podemos surge, como venimos diciendo, en
tiempos anómalos y es un producto de la excepcionalidad del momento
político: una crisis de régimen, fundamentada en la percepción
mayoritaria de la población de una clase política corrupta y en una
crisis económica de dimensiones internacionales sin precedentes. Eso sí,
no puede olvidársenos que no surgió solo, sino también por la virtud y
la capacidad política de conectar con una sensibilidad común de la
sociedad española, basada en las demandas del 15-M y no caracterizadas
precisamente por la impugnación de la representación.
Estamos ante un momento crucial del
proceso de investidura ya que tenemos un intenso mes de abril por
delante. La posibilidad de conformar un gobierno a la valenciana sigue
en manos del PSOE, que parece que, por unos u otros motivos, no está muy
por la labor. Nosotros seguimos en esa tarea pero tenemos que ser
ágiles y estar atentos a los próximos movimientos que muy probablemente
se sucedan, tener claros nuestros objetivos estratégicos y poner por
delante los intereses de nuestro país. Lo más importante para ello es
saber que la crisis de régimen actual y Podemos han dejado atrás los
últimos cuarenta años como antes quedaron otros momentos de la historia
de nuestro país. En esa tesitura hay que abordar las respectivas tareas
en los diferentes escenarios posibles.
A corto plazo, se trataría de avanzar en
una dirección ya abierta desde hace unos meses y que, cada vez, se
reivindica con más fuerza: la preeminencia de una construcción orgánica
más lenta frente a las premuras del ciclo electoral. En ese contexto,
encajan, por ejemplo, las reivindicaciones de “federalizar Podemos” y de
aumentar la fortaleza de la organización por abajo, haciéndola más
estable, renovando estructuras orgánicas obsoletas y buscando un encaje
en el nuevo diseño institucional a los círculos.
A medio o largo plazo, y siendo
conscientes de la posibilidad de unas nuevas elecciones elecciones y la
necesidad de constituirse como una fuerza de oposición a algún tipo de
coalición restauradora, necesitaremos ajustar la herramienta para el
próximo ciclo largo. En ese caso, habrá que hacerse las preguntas
pertinentes para construir una herramienta política de oposición eficaz y
que, al mismo tiempo, vaya preparándose para asumir las tareas de
gobierno en un plazo inferior al de una legislatura. Para ello,
resultará imprescindible aumentar la formación y la capacitación de los
cuadros medios de Podemos, y discutir y elaborar un programa de
gobierno, teniendo en cuenta la tragedia de nuestro tiempo: cuanto más
tarden en llegar gobiernos de cambio que planteen la reversión de las
políticas de austeridad y modificaciones importantes en la estructura de
la UE más complicada será la situación para sus respectivos pueblos y
sus posibilidades a la llegada. Nunca funciona el “cuanto peor, mejor”.
Téngase en cuenta esta situación paradójica porque entonces no habrá ya
tiempo para religiosos “ya te lo dije”, que esconden verdadero temor
ante la política e incapacidad de enlazar la necesaria mirada larga con
los firmes pasos cortos de cada día.