Nacimos para cambiar el curso de
la historia social y política de nuestro país, para devolver la
dignidad a nuestro pueblo, para tomar la palabra y, le pese a quien le
pese, hemos dado enormes pasos. Ahora nos toca seguir trabajando para
formar un Gobierno con un programa progresista; un Gobierno «a la
valenciana» que empuje la nueva transición que vive nuestro país en la
dirección de la justicia social.
El mismo día en que
presentamos nuestra oferta de Gobierno al PSOE, Rajoy dio un paso atrás y
anunció que declinaba la propuesta del jefe del Estado para intentar la
investidura. Sencillamente, Rajoy no creía que el PSOE se atrevería a
gobernar con nosotros. Y, de momento, parece que los hechos le están
dando la razón.
Todas y todos conocéis lo que
ha ocurrido desde entonces. Con nuestra propuesta encima de la mesa,
con una negociación a cuatro abierta, el PSOE de Sánchez prefirió pactar
con Ciudadanos renunciando así a la mayoría de propuestas progresistas
de su programa. Lo dijimos en la sesión de investidura: ese pacto hace
imposible revertir las políticas que han castigado a las gentes de
nuestro país y consolida el retroceso de los derechos y garantías
sociales conquistados por nuestro pueblo. Desde la tribuna del Congreso
dijimos que ese pacto sigue defendiendo el sometimiento al Pacto de
Estabilidad y Crecimiento de la UE (ese que tantas veces han incumplido
Francia y Alemania) que ataca el Estado de bienestar y pretende
mantenernos en una senda suicida de reducción del déficit. Dijimos que
no revierte el recorte de 18.000 millones de euros en educación y en
sanidad, ni acaba con el copago sanitario, ni afronta la necesaria
derogación de la LOMCE. Dijimos que no se plantea prohibir los desalojos
forzosos sin alternativa habitacional y que permite que cientos de
miles de familias sigan esclavizadas con deudas impagables después de
perder su vivienda. Dijimos que en materia de empleo, el pacto continúa
la senda del abaratamiento del despido y mantiene la reducción en las
indemnizaciones por despido de la reforma laboral de 2012 (esa que, en
campaña, el PSOE dijo querer derogar). Dijimos que se mantiene la
ampliación de las causas del despido objetivo, la supresión de la
autorización administrativa previa para las regulaciones de empleo, las
facilidades para descolgarse unilateralmente de los convenios, así como
la eliminación del control sobre las horas extraordinarias en los
contratos a tiempo parcial. Dijimos que con ese pacto, el fraude en la
contratación y la precariedad seguirán siendo una realidad. Y dijimos
que estamos dispuestos a negociar, pero sobre la base de reconocer que
hay que derogar las dos últimas reformas laborales y defender el empleo
de calidad. Dijimos que en materia fiscal el pacto mantiene la reforma
fiscal aprobada por el PP en 2015. Y dijimos que seguimos tendiendo la
mano, pero partiendo de que España necesita una reforma fiscal que
garantice la solidaridad de las rentas más altas y que asegure ingresos
suficientes. Dijimos que en materia de pensiones el pacto no toca la
reforma del PP en 2013, definida entonces (y con razón) por el PSOE como
«injusta», por empobrecer a los pensionistas. Dijimos también en esa
tribuna que el pacto no afronta una de las mayores amenazas a los
derechos sociales, ambientales y a la soberanía: el TTIP. Y dijimos que
seguimos tendiendo la mano, pero partiendo de que el Gobierno que
necesita nuestro país debe defender la idea de una Europa social y
soberana que frene el excesivo empoderamiento de los poderes
financieros. Dijimos que en materia de asilo y refugio, el pacto se
aleja de las que deberían ser las medidas imprescindibles para proteger
los derechos sociales. Dijimos estar dispuestos a tender la mano y a
discutir de todo, pero afirmando que un Gobierno decente debe defender
que las víctimas de la guerra y la pobreza (en las que Europa tiene sus
responsabilidades) puedan solicitar asilo diplomático en embajadas y
consulados de terceros países. Dijimos también que en la Frontera Sur
hay que poner fin a las devoluciones en caliente y eliminar las
concertinas. Dijimos que en política energética el pacto no se plantea
acabar con los llamados «beneficios caídos del cielo» de las eléctricas y
las nucleares y que no aborda el sistema de fijación de precios.
Dijimos que tendemos la mano, pero dejando claro que el futuro Gobierno
debe acabar con las sobrerretribuciones que recibe el oligopolio
eléctrico y que condenan a miles de españoles a no poder afrontar la
factura de la luz y a nuestras empresas a competir en desventaja en el
mercado único.
Dijimos al candidato Sánchez que nosotros habíamos llegado al
Parlamento defendiendo la dignidad de nuestro país y la memoria de la
crisis. Le recordamos que nosotros pedimos a nuestro pueblo que no
olvidara, que no se olvidara de los desahucios, de la corrupción, de la
privatización de la sanidad, del 135 y de las reformas laborales.Hoy me enorgullece, como secretario general de Podemos, que estemos demostrando que nosotros ni olvidamos ni traicionamos a la gente ni a los movimientos populares que politizaron el sufrimiento de nuestra patria.
El rechazo al pacto PSOE-C’s fue unánime entre todas las fuerzas políticas llamadas a formar parte, junto al PSOE, del Gobierno que defendemos. También fue rechazado por los grupos vascos y catalanes. Solo la diputada de la conservadora Coalición Canaria apoyó un pacto que finalmente obtuvo apenas 131 apoyos; lejos de los 161 que, a priori, obtendría un Gobierno de progreso.
Tras el fracaso de la investidura ha quedado demostrado que el pacto PSOE-C’s solo es viable si se suma el PP, y se han vuelto a plantear los tres escenarios que señalamos tras el 20D: la gran coalición (con diferentes fórmulas y candidatos posibles, pero gran coalición al fin y al cabo); el Gobierno «a la valenciana»; o la repetición de elecciones. El primer escenario es el preferido por los sectores oligárquicos y sería una desgracia para España, pero, de concretarse, tendría un efecto obvio: nos convertiríamos en la principal oposición. El segundo escenario es el que más temen los sectores oligárquicos pero, de momento, han logrado que el PSOE renuncie a él. En el tercero (la repetición de elecciones), la preocupación para esos sectores sería que mejorásemos los resultados electorales del 20 de diciembre.
El objetivo de esos sectores oligárquicos es evidente: acabar con Podemos, desgastarnos al atacar aquello que nos diferencia del resto de actores: la unidad y la belleza de nuestro proyecto político.
Durante estos dos años se han utilizado muchos medios para atacarnos. En la historia reciente de España, jamás una fuerza política recibió tantos ataques; hasta el punto de que han hecho de la mentira y la difamación el dispositivo más frecuente para intentar hacernos daño. Y sin embargo la gente nos empujó y la belleza de David resistiendo a Goliat se abrió paso en forma de remontada.
«Nos van a dar pero bien» se escuchó decir a los presentadores de un informativo poco antes de presentar la última «noticia bomba» para intentar desprestigiarnos. Financiación de gobiernos extranjeros, becas black, decenas de querellas que ocupan portadas en los medios pero que cuando se archivan apenas merecen atención. Todo vale en una guerra de desgaste para instalar el relato de que Podemos y sus dirigentes son, al fin y al cabo, como los demás.
La tantas veces proclamada división interna de Podemos ha sido agitada con frecuencia en los últimos tiempos en direcciones diferentes. Cualquier debate, real o inventado, se presentaba como una ruptura letal que trataba de alejarnos de nuestros objetivos para ponernos a discutir de nosotros mismos.
Durante los últimos días, sin embargo, intentan instalar un nuevo relato para debilitarnos, según el cual existiría un Podemos «dócil» dispuesto a rendirse y a facilitar la investidura de un Gobierno PSOE-C’s frente un Podemos «radical».
En un momento histórico crucial para el futuro de nuestro país, ponen de nuevo a prueba nuestra madurez y tratan de sembrar cizaña. Por eso es crucial que todos y todas estemos a la altura y no hagamos el juego a nuestros adversarios. Las dimisiones en Madrid se produjeron en el peor momento posible y han puesto en bandeja el relato que interesa a los defensores del statu quo. No debemos volver a cometer errores como este y deberán asumirse las responsabilidades.
En Podemos no hay ni deberá
haber corrientes ni facciones que compitan por el control de los
aparatos y los recursos; pues eso nos convertiría en aquello que hemos
combatido siempre: un partido más. Debemos seguir siendo una marea de
voces plurales, donde se discute y debate de todo, pero sabiendo que la
organización y sus órganos son instrumentos para cambiar las cosas, no
campos de batalla.
No hace falta leer a Weber y
Michels para saber que toda organización padece, por definición, vicios y
tendencias inevitables, pero debemos seguir demostrando que la unidad
de nuestro proyecto y el compañerismo están siempre por encima de las
lógicas que pudren los partidos y el alma de sus dirigentes.
Rafael Mayoral afirmó una vez
que a nosotros nos brillan los ojos cuando hablamos de ciertas cosas.
Nuestros adversarios no soportan esa belleza. No soportan que nos
emocionemos. No soportan que la mujer que —a punto de romper en llanto—
llamó criminales a los banqueros en el Parlamento sea hoy la alcaldesa
de Barcelona. No soportan que nuestras sonrisas, nuestros besos y
nuestros abrazos sean de verdad. No soportan verme fundido en un abrazo
con Juan Carlos Monedero, porque no pueden entender que nosotros tomamos
decisiones políticas (duras a veces) sin traicionarnos. No entienden
que el hecho de que Echenique y yo defendiéramos posiciones diferentes
en varios procesos nos haya hecho admirarnos y respetarnos más al tiempo
que consolidábamos una lealtad de la que nos enorgullecemos. No lo
entienden y no lo soportan. Esa es la gran diferencia de Podemos,
nuestro brillo; exactamente lo que no podemos permitirnos perder.
Hace unos días, charlaba por
teléfono con un militante del Partido Socialista, un hombre honesto al
que admiro. Conversábamos sobre los posibles escenarios de una eventual
repetición de elecciones. Yo le decía que quizá la presión de la que
somos objeto nos podría hacer retroceder si se repiten elecciones. Me
contestó: «Por muchos palos que os den, yo creo que nos superáis seguro.
¿Sabes por qué? Porque vuestra gente tiene las pilas cargadas de
ilusión y la nuestra ya no». No perdamos esa pasión. No perdamos ese
brillo.
Sería un cínico si dijera que
la pasión política y el compromiso sincero son un patrimonio
exclusivamente nuestro. Lo he visto en otras formaciones políticas de
ideologías muy dispares. Admiro la integridad y el ejemplo de muchos
hombres y de muchas mujeres de otras formaciones políticas. Pero creo no
mentir si digo que ninguna formación cuenta hoy con el tesoro con el
que cuenta Podemos: la ilusión por la belleza de lo que estamos
construyendo. Defendamos esa belleza por encima de todo.
Pienso que nunca hemos sido
demasiado ingenuos. Siempre supimos que hacer política es conocer y
saber manejar las técnicas que le son propias. Hacer política es
asimismo adoptar decisiones y, del mismo modo que un gobernante debe
tomar decisiones difíciles, a veces un secretario general también debe
hacerlo. Pero la técnica política pierde su sentido si se mitifica como
objeto autónomo de los principios que la inspiran. Gramsci leía a
Maquiavelo y reconocía la grandeza del florentino, sabía que el príncipe
en el siglo XX no era tanto un gobernante como el partido, pero el
partido nunca es un fin. El partido no es solo una máquina para desafiar
la hegemonía del adversario, para acceder y ejercer el poder, sino que
es también el instrumento puesto al servicio de la dignidad de la gente.
Ese alemán que estudió el capital no solamente enseñó algunas claves
científicas del funcionamiento de la economía. Si algo enseñó aquel
barbudo de mente genial es que, si de las cuentas que uno hace en la
pizarra brota la sangre, las ciencias deben ponerse a trabajar para
cerrar esas heridas. Para eso hacemos política y para eso nos instruimos
con el fin de hacerla con más eficacia.
No olvidemos lo que nos ha traído hasta aquí. No fue La Tuerka
como campo de entrenamiento en la comunicación, no fue el estudio, ni
la habilidad comunicativa, ni la estrategia, ni siquiera el trabajo de
los primeros compañeros y de los que se incorporaron después para
construir Podemos, ni siquiera la organización de la gente en los
círculos, ni los centenares de cargos públicos que trabajan por este
proyecto… Todo eso es determinante, pero lo fundamental era el
ingrediente que lo movía: la pasión, la ilusión y la lealtad entre
compañeros.
Un viejo dirigente de la
izquierda me dijo una vez: «Cuando se os ve a los dirigentes en el
escenario se nota que os queréis. El cuerpo no miente. A nosotros ya no
nos pasa». Defendamos esa belleza que nos es propia.
Hoy nuestros adversarios nos
ponen a prueba al afirmar que hay dos Podemos: uno domesticado y otro
radical. No se lo pongamos fácil y respondamos con la belleza y la
dignidad que nos es propia.
Los abrigos en los escaños
(el primer día desconocíamos que había un lugar fuera del hemiciclo para
dejarlos), el beso y el abrazo emocionado a Xavi cuando le escuché
acabar su intervención con los versos de Els Segadors, las
promesas de las diputadas y los diputados que no pudieron acallar los
abucheos de los viejos partidos (no podían entender que, para nosotros,
prometer críticamente la Constitución no era un trámite sino un homenaje
a la gente), las verdades a la cara desde la tribuna parlamentaria…
Todo eso nos hace dignos.
No perdamos esa belleza. Pues
esa belleza, nuestro brillo en los ojos, es la fuerza de Podemos, y
está por encima de la habilidad y la capacidad de cálculo de cualquiera
de nosotros.
Pablo Iglesias
(Secretario general de Podemos pero, ante todo, vuestro compañero)
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