Articulo de Jorge Moruno Danzi para ctxt.es
La primera pegatina que sacó Podemos cuando no era más que
una hipótesis a desarrollar decía aquello de “Hacemos lo que Podemos”.
Más allá del juego de palabras lo que transmitía era un espíritu
radicalmente distinto a lo que se había probado hasta ese momento en el
terreno político-electoral: nos definimos por lo que hacemos en lugar de
por lo que somos. Ser es hacer. Por contra, reivindicarse por lo que se
“es” en detrimento de lo que se “hace” se revelaba inversamente
proporcional a la capacidad política de hacer posible aquello que se
dice que se “es”. La apelación a una esencia cuyo origen nunca es
fechable en el calendario sobre la que justificar lo que se hace era,
paradójicamente, puro idealismo. Siempre supimos que construir una
identidad política nueva, popular, abierta y democrática era mucho más
revolucionario que refundar por enésima vez la izquierda. De hecho, lo
conservador era seguir haciendo lo mismo: confiar en una acumulación
progresiva de la izquierda ante la dureza de la crisis significaba lo
mismo que esperar sentado o repetir lo mismo hasta que la fruta cayese
madura del árbol.
Desde tiempo atrás, pero sobre todo desde el punto de
inflexión que supuso el 15M, se mostraba un país latente que reclama
democracia, dignidad y futuro, de una forma que no se podía expresar
bajo las categorías y la anterior distribución de roles que beneficiaba a
los mismos privilegiados de siempre. Ante la construcción del presente
basado en el pasado, se propuso pensar el presente para construir otro
futuro. Entendimos que las posibilidades políticas de la indignación y
el cambio no pasaban por el eje izquierda-derecha con el que tan cómodos
se encontraban los partidos del régimen. La democracia necesitaba de
otros mimbres para expresarse. Oscar Wilde solía decir que “una idea que
no sea peligrosa no merece llamarse idea”, de ahí que Podemos lanzase
una apuesta que desobedecía tanto a los funcionarios del miedo y los
poderes económicos, al tiempo que ponía en duda los manuales de
instrucciones de la izquierda. Por eso nos hicimos una pregunta tan
obvia como complicada y olvidada, que siempre debemos recordar,
¿queremos ganar? La gran virtud de Podemos ha sido la de saber captar la
necesidad de un desborde popular al margen de toda fiscalización de
partido, de todo control exhaustivo, de toda vigilancia oficial. Podemos
surfea la ola del 15M siendo conscientes de que todos somos
contingentes al deseo y a las ganas de cambio social: Podemos como
frescura.
Podemos no es una piedra, Podemos debe ser dúctil como la
cuchara de Matrix, capaz de adaptarse a las necesidades y las exigencias
de la coyuntura, Podemos no tiene tablas de la ley grabadas en piedra.
Se pensó que para el ciclo al que se enfrentaba desde mayo de 2014 hasta
las pasadas elecciones generales del 20D, lo necesario era construir
una maquinaria de guerra electoral, es decir, una máquina bien engrasada
flexible y con reflejos para esquivar los múltiples ataques. En un
escenario plagado de elecciones y construyendo al mismo tiempo una
organización, a la vista del resultado electoral –que siempre podría ser
mejor--, la táctica ha sido la adecuada.
Los modelos no se pueden juzgar en abstracto, no existe el
mal y el bien moral en política, sino lo malo y lo bueno de la ética, de
su propia ética. Cada modelo, cada diseño, responde a realidades y
escenarios concretos que requieren de respuestas concretas, de lo
contrario no habría política sino dogma y simplemente valdría con
repetir la palabra dada independientemente de la realidad material en la
que se inscribe. Sería como creer que se puede ganar un partido de
fútbol corriendo en línea recta hacia la portería contraria, sin jugadas
ensayadas, sin distribución de roles en el campo, sin tocar el balón,
sin audacia y riesgo, sin fortuna. En este sentido hay que evitar cierta
tradición premaquiavélica donde, al igual que Savonarola, se actúa como
“profeta desarmado”. Empero la coyuntura y el escenario cambian y lo
que hasta ahora se ha demostrado como útil para el objetivo propuesto
deja de serlo. Solo un enfoque religioso tildaría este giro de pérfido,
solo quien va a piñón fijo sin cambiar de plato dependiendo de si es
subida o bajada critica que si antes se defendía un modelo cómo puede
defenderse ahora otro. La táctica debe formar parte de una estrategia
más amplia y la situación ya está cambiando, lo que nos obliga a
repensar el modelo de cara a una nueva etapa. Un tiempo más tranquilo
(si tal cosa puede existir) donde la forma de Podemos pase a diseminarse
y enraizarse en los territorios, donde coja forma de movimiento popular
o partido-movimiento, frente a la tentación de las inercias congénitas a
los partidos que tienden a encerrarse en sí mismos.
También debemos ser capaces de ampliar el terreno desde
donde se reconoce el ejercicio de la política, dado que el movimiento
centrípeto del parlamentarismo reduce toda la política a la actividad
política parlamentaria. Rehuir de la idea según la cual la política debe
vivirse de puertas hacia adentro como algo meramente privado. Hay que
reivindicar un Parlamento ligado a la soberanía popular, pues hoy está
secuestrada por actores y lógicas económicas no elegidas, pero además de
este elemento básico, hay que ensanchar las espaldas de la democracia
considerando la política como la acción de la ciudadanía libre dentro de
la polis, como aquello que tiene lugar en el Parlamento, por supuesto,
pero no solo, pues también se enriquece nuestra democracia desde una
nueva institucionalidad social que haga de contrapeso, que democratice
la democracia.
Crear movimiento popular no significa politizar abusando de
los elementos más ideologizados y más obscenos recitando consignas, al
contrario, sobre todo se politiza en los aspectos de la vida que en un
principio no parecen ser políticos. Movimiento popular implica menos
carga retórica y más capacidad cotidiana de resolver problemas mundanos,
ofrecer otros espacios de encuentro, otra cultura, sin pedir carnet ni
juzgar por etiquetas. Movimiento popular implica hacerse carne con las
preocupaciones y soluciones generando otra sociabilidad enmarcada dentro
de una identidad múltiple, amplia y compartida en torno a los consensos
sociales como su límite. Ahora hay que arraigar y enraizar en el
territorio, bajar la velocidad, descentralizar el poder a la interna y
esponjar hacia afuera para convencer a los millones que faltan; ahora el
príncipe debe hacerse pueblo.
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