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domingo, 22 de febrero de 2015

Se hizo lo que se pudo.



En julio de 1.978, mi madre y yo fuimos a la capilla ardiente de uno de mis tíos. Estaba instalada en su domicilio del barrio de Salamanca, en la calle Velázquez, aquí en Madrid. Coronel del ejército del aire (hizo la guerra civil cómo alférez provisional y ahí empezó su carrera profesional), era una persona muy bien relacionada con los antiguos estamentos del régimen anterior, pero también con los nuevos, herederos de los anteriores. Mientras estábamos en el salón de la casa, la verdad, un poco fuera de lugar (yo en ese momento era militante de LCR), por delante de nosotros paso un verdadero muestrario de lo que era la España de la época: muchos militares de alta graduación de los tres ejércitos, falangistas de uniforme, un par de uniformes blancos del Movimiento (hacia un par de años que ya no existía salvo en los corazones de algunos) y un gran número de civiles que con su indumentaria competían con los de la mafia siciliana, calabresa o de la rama que fuera: daban con todo. En los corros que se formaban, a los que yo pegaba la oreja todo lo que podía, oí por primera vez el nombre de Miláns de Bosch. Todos estaban de acuerdo en una cosa: el único que podía devolver a España a la senda de los principios patrióticos (su visión enloquecida de la Patria), era él. Dos años y siete meses después se consumó ese intento de golpe de estado.

¿Por qué cuento esto? Porque la España de la época era así: casposa, trasnochada y con buena parte de las estructuras anteriores intactas. Frente a la política de reformas impulsada por los partidos de la época, incluido el PCE, nosotros, los radicales, abogábamos por la ruptura, la ruptura con todo. Ahora, desde la distancia, pienso que se hizo lo que se pudo. Se compara la transición española con la portuguesa, pero hubo una diferencia fundamental: en Portugal la revolución la hizo el ejército y aquí no estaban para ese tipo de revoluciones.

Es cierto que hay un régimen del 78, emanado de la Constitución de ese año. Pero esa Constitución, y la Transición, no es el problema. El problema fue posterior, cuándo a los pocos años los partidos se fueron dando cuenta del poder que tenían. Esa Constitución no era un texto inamovible, era un texto para que evolucionara, para que se desarrollara. Y no lo hizo, porque no había voluntad de hacerlo por parte de nadie.



En el PSOE, después de la “limpia” que hicieron para eliminar militantes molestos, desde luego que no. Desde el primer momento el PSOE comenzó a actuar al margen de la ley y de cualquier principio moral de la izquierda: los GAL desde el 83. Después, se dio cuenta de que podía financiarse ilegalmente: caso Filesa desde el 89.

Y de AP, luego PP, que vamos a contar, para ellos las concesiones que hicieron eran el techo y no estaban dispuestos a más. Se modernizaron de la mano de Aznar, y actualizaron una maquinaria de comunicación que les ha dado muy buenos resultados. Aznar, que desde joven milito en el Frente de Estudiantes Sindicalistas, de tendencia falangista, propugnaba el regreso del régimen a los postulados de José Antonio. Después de escribir en un diario castellano contra la Constitución del 78, desapareció y reapareció transformado en un demócrata de toda la vida, y de su mano, convirtió una organización trasnochada y casposa en la poderosa maquina electoral y corrupta que es hoy.

En el PCE, que en el 86 se camufló con las siglas IU para no desaparecer, ocuparon confortablemente su espacio a la izquierda del PSOE y ahí se quedaron.

Se hizo lo que se pudo, los partidos tradicionales de izquierda se acomodaron y ahora estamos cómo estamos.

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