“Política sin ética es politiquería y ética sin política es narcisismo”
Manuel Sacristán
  1. Introducción: Podemos y sus crisis.
Durante los últimos tiempos, se han vertido ríos de tinta sobre Podemos y sus crisis. En sus dos años breves de existencia, ha sufrido multitud de crisis atravesadas por las causas más diversas, que anunciaban de forma más o menos apocalíptica el final del proyecto. Desde “el caso Monedero” hasta las diferentes crisis territoriales, atravesadas por diferentes lógicas y asociadas también a la inestabilidad provocada por un modelo organizativo diseñado para encarar sucesivas batallas electorales, sirvieron en un momento u otro para señalar el fracaso de la apuesta y las limitaciones de un proyecto con los días contados.
En estos mismos dos años, Podemos ha sido caracterizado de multitud de formas, pudiendo decir sin exagerar que pareciera que tuviera mil caras: monstruo, partido-movimiento, objeto político no identificado, etc. Todas ellas revelan probablemente algo de su naturaleza y, al mismo tiempo, son incompletas porque no enmarcan la figura en un contexto, que nos iluminaría más claramente sobre sus límites. De entre todas ellas, la que más me ha sorprendido es aquella que identifica a Podemos con la crisis: “Podemos es la crisis”. Es una fórmula ambivalente y paradójica. De un lado, parece remitir a que Podemos, como organización política, siempre ha estado de alguna manera en crisis y, de otro, establece algún tipo de relación – algo difusa – entre Podemos y la excepcionalidad, producto de una crisis de régimen, enmarcada en una crisis europea e internacional.
Desde cierta perspectiva, todo ello es cierto pero, al mismo tiempo, “naturaliza” Podemos y lo hacer aparecer, como muchas veces ocurre con las crisis económicas, como un fenómeno natural. Se contraen los tiempos, se desdibujan los contextos y los hechos, se borran los nombres y, por tanto, también las responsabilidades. Ya he defendido en otros lugares con anterioridad la apuesta estratégica que supuso Vistalegre – así que no me extenderé -, una apuesta para un contexto determinado, que ha ido ajustándose en función de la realidad y que, ahora, ha de ser revisitada a la luz de nuevos hechos y de los nuevos retos que aparecen en el horizonte.
Quizás dos de los puntos críticos más importantes, que han merecido cierta revisión de la hipótesis y que han sido apuntados desde diferentes lugares, son, por un lado, el diseño constitucional del régimen del 78 como un sistema parlamentario, que impedía llegar a “momentos de la verdad”, es decir, momentos de máxima polarización en los que las opciones se redujeran claramente a dos y, por otro, el carácter plurinacional de nuestro país, que empujaba a Podemos a confluir con diferentes fuerzas de cambio en función de los distintos territorios y adoptar un carácter más coral como organización política democrática y plural, reflejo de la diversidad de España.
En un momento como el actual, es crucial pararse a evaluar lo conseguido hasta aquí, ya que hay algunos que parecen no entender que todo largo plazo no se construye, sino dando pasos cortos, y analizar en qué posición nos encontramos tras el trayecto recorrido. En definitiva, si estamos hoy en mejores condiciones de cambiar nuestro país que hace dos años o, al menos, de construir una herramienta útil para abordar nuestra tarea.
Repetir una y otra vez la idea de que Vistalegre prometía el asalto definitivo a los cielos no aporta mucho a la discusión. Vistalegre no prometía – porque nadie puede prometer – la infalibilidad de nadie, ni tampoco la perfección de una construcción humana, que, en ningún caso, puede poseer. Lo que puede aceptarse con honestidad es que trató de resolver un conflicto irresoluble entre democracia y eficacia que cualquier organización democrática ha de tomarse en serio, si quiere estar realmente haciendo política y no otra cosa.
  1. Situación actual: Madrid y la tentación del gobernismo.
Tras las dimisiones del Secretario de Organización de la Comunidad de Madrid, Emilio Delgado, y, a los pocos días, de diez consejeros más de ese mismo órgano, explicando sus desavenencias con la dirección política en esa comunidad por incomparecencia y falta de confianza, empieza una semana llena de tensiones, en la que se precipitará el cese de Sergio Pascual como Secretario de Organización y la propuesta de Iglesias a Pablo Echenique como su sustituto. Una combinación entre los medios de comunicación y la imaginación de más de un avezado analista contribuyeron a estatalizar un conflicto que se había desatado públicamente por razones madrileñas. Como es conocido, Podemos ha vivido de forma casi permanente inmerso en diferentes crisis territoriales. Seguramente propiciadas porque el modelo de Vistalegre, que estaba pensado fundamentalmente para conformar una organización eficaz a la hora de afrontar batallas electorales, ponía mucho peso en las personas y fomentaba, en último extremo, cierta inestabilidad orgánica. ¿Por qué se producía ahora el cese del secretario de organización estatal?
Desde diferentes lugares, se ha aportado una hipótesis, construida desde el imaginario de una organización vieja: al contrario de lo que alegaban los dimitidos, sus razones no se quedaban en Madrid, sino que eran inconfesables y se cifraban en diferencias respecto al proceso de investidura en marcha. Según esta visión, los dimitidos formarían parte de un sector de la organización que estaría preso de la tentación del gobernismo, esto es, llegar a toda costa al poder a cambio de pactar con el PSOE e, incluso, con Ciudadanos y que tendría su ejemplo paradigmático en la figura de Manuela Carmena.
Nada más lejos de la realidad. Quizás sería interesante no hacerse trampas al solitario, ni construir muñecos de paja y atender mínimamente a las razones públicamente expuestas. El daño a Podemos no se produce por un constante ruido mediático o por la existencia de diferencias dentro de la organización, sino más bien por la forma en la que vivimos y gestionamos esas diferencias. En una sociedad democrática y pluralista como la nuestra, lo lógico es que una herramienta como Podemos adapte con normalidad esas características y aprenda de algunos errores cometidos. Si no se acepta la pluralidad de partida, volverá con más fuerza.
Respecto a la figura de Manuela Carmena, quizás tengamos que fijarnos más en ella. Ahí se anudan las contradicciones y los límites de las fuerzas de cambio en un momento crucial como éste: un tipo de liderazgo decisivo para ganar la capital de España, caracterizado por el diálogo, la escucha y otras virtudes propias de una sociedad democrática como la mediación o la prudencia, y símbolo de la multitud de obstáculos y dificultades, que nos encontramos, para llevar adelante un proyecto transformador de sociedad desde una institución como el Ayuntamiento de Madrid. Entre el heroísmo de las virtudes guerreras y la religión propia de los clérigos deberíamos avanzar por la vía abierta por Podemos y su política hegemónica.
  1. ¿Transversalidad versus radicalidad?
No queremos aspirar al 20%. Quien hace política pensando “nosotros somos la verdadera izquierda porque el PSOE es la falsa izquierda, y entonces nosotros vamos a ocupar el espacio que deja el PSOE a su izquierda, y si nos va muy bien tendremos un 13 o 14%…”. No me interesa eso, porque quizás hemos estado en América Latina y hemos visto que se puede aspirar a algo que va más allá, aunque es evidente que nosotros somos de izquierda. Pero plantear la pelea política en ese eje es entregarle la victoria al enemigo
Pablo Iglesias
La división de Podemos y del movimiento se establecería entonces entre los partidarios de la firmeza y de la vuelta a las esencias (los verdaderos radicales en el sentido positivo del término), y los moderados, presos por la tentación gobernista. En realidad, tanto el imaginario desde el que se construye la división como esa pretendida vuelta a las esencias serían dar pasos hacia atrás. Podemos y su apuesta por construir un gran movimiento democrático contra el turnismo realmente existente y sus políticas de austeridad nació con la pretensión de dejar a un lado el eje izquierda-derecha. No se trataba de negar absolutamente su validez, ni de hacer una suerte de síntesis superadora. Ambas posibilidades están directamente destinadas al fracaso o a la catástrofe, pero sí de construir una mayoría popular nueva, caracterizada por su transversalidad, esto es, su capacidad para atravesar los campos enemigos de uno a otro lado, pasar por encima y por debajo de ellos indiferentemente y plantear una construcción hegemónica. Ésta priorizaría una dimensión vertical de la política – el eje arriba-abajo o la relación entre gobernantes y gobernados -, conectando con la crisis de régimen realmente existente y la desafección política mayoritaria, para introducir nuevas demandas, reanudar viejas batallas en términos nuevos y construir una mayoría popular capaz de cambiar el país.
Evidentemente no se trataba de negar ese eje horizontal, que divide al pueblo y a los gobernantes respectivamente, de forma absoluta, sino de destacar que en un momento anómalo, un momento completamente excepcional, esa división saltaba por los aires y eran más efectivas otras prácticas y otros lenguajes, otras formas de persuasión, convencimiento y politización para construir un pueblo y no repetir la izquierda.
Hay un ejemplo especialmente revelador para esta polémica que podríamos llamar “el caso Ciudadanos”: su rapidísimo paso de ser un partido de ámbito catalán a su presentación en escena como partido español de relevancia. En todo ese proceso, algunos miembros de Podemos entendieron que la aparición repentina en esa nueva dimensión de Ciudadanos y su éxito asociado a su lenguaje del cambio, sus nuevas formas y la comprensión de la nueva gramática asociada al 15-M suponían necesariamente la re-ideologización del debate político en términos de izquierda-derecha y la fragilidad de la estrategia hegemónica. Aunque evidentemente la aparición con fuerza de un cuarto actor que se presenta como alternativa al bipartidismo, ponía las cosas más difíciles para Podemos, quizás había que entender más bien lo contrario. Lejos de ser Ciudadanos y su fulgurante éxito – que luego no fue para tanto – la prueba de que Podemos se había confundido con la transversalidad y había que re-ideologizar el debate, el éxito de la estrategia de Podemos se veía realizado de alguna manera en la irrupción con fuerza de Ciudadanos, que había comprendido parte de nuestro éxito. Los adversarios se veían contaminados por nuestras prácticas y nuestros lenguajes, viéndose obligados a moverse no sólo en las formas o los ropajes, sino incluso en ciertos contenidos (piénsese, por ejemplo, en el abandono momentáneo de la sacralización del déficit público impuesto por Bruselas).
No se trata de que las fracturas de clase no tengan relevancia, ni tampoco de que los diferentes tipos de políticas públicas, incluso antagónicas, sean algo extemporáneo, sino de que las primeras no son la única variable para la construcción de sujetos políticos y no hay traducciones inmediatas. Podemos tocó una tecla social muy precisa y sería un retroceso olvidar la lección antes de que terminen estos tiempos anómalos. Ser radical consiste en confrontar políticamente con los privilegiados en el terreno que menos les conviene y tener un horizonte estratégico que nos sirva de guía para la acción cotidiana.
4- Conclusiones. ¿Qué normalidad?
Podemos surge, como venimos diciendo, en tiempos anómalos y es un producto de la excepcionalidad del momento político: una crisis de régimen, fundamentada en la percepción mayoritaria de la población de una clase política corrupta y en una crisis económica de dimensiones internacionales sin precedentes. Eso sí, no puede olvidársenos que no surgió solo, sino también por la virtud y la capacidad política de conectar con una sensibilidad común de la sociedad española, basada en las demandas del 15-M y no caracterizadas precisamente por la impugnación de la representación.
Estamos ante un momento crucial del proceso de investidura ya que tenemos un intenso mes de abril por delante. La posibilidad de conformar un gobierno a la valenciana sigue en manos del PSOE, que parece que, por unos u otros motivos, no está muy por la labor. Nosotros seguimos en esa tarea pero tenemos que ser ágiles y estar atentos a los próximos movimientos que muy probablemente se sucedan, tener claros nuestros objetivos estratégicos y poner por delante los intereses de nuestro país. Lo más importante para ello es saber que la crisis de régimen actual y Podemos han dejado atrás los últimos cuarenta años como antes quedaron otros momentos de la historia de nuestro país. En esa tesitura hay que abordar las respectivas tareas en los diferentes escenarios posibles.
A corto plazo, se trataría de avanzar en una dirección ya abierta desde hace unos meses y que, cada vez, se reivindica con más fuerza: la preeminencia de una construcción orgánica más lenta frente a las premuras del ciclo electoral. En ese contexto, encajan, por ejemplo, las reivindicaciones de “federalizar Podemos” y de aumentar la fortaleza de la organización por abajo, haciéndola más estable, renovando estructuras orgánicas obsoletas y buscando un encaje en el nuevo diseño institucional a los círculos.
A medio o largo plazo, y siendo conscientes de la posibilidad de unas nuevas elecciones elecciones y la necesidad de constituirse como una fuerza de oposición a algún tipo de coalición restauradora, necesitaremos ajustar la herramienta para el próximo ciclo largo. En ese caso, habrá que hacerse las preguntas pertinentes para construir una herramienta política de oposición eficaz y que, al mismo tiempo, vaya preparándose para asumir las tareas de gobierno en un plazo inferior al de una legislatura. Para ello, resultará imprescindible aumentar la formación y la capacitación de los cuadros medios de Podemos, y discutir y elaborar un programa de gobierno, teniendo en cuenta la tragedia de nuestro tiempo: cuanto más tarden en llegar gobiernos de cambio que planteen la reversión de las políticas de austeridad y modificaciones importantes en la estructura de la UE más complicada será la situación para sus respectivos pueblos y sus posibilidades a la llegada. Nunca funciona el “cuanto peor, mejor”. Téngase en cuenta esta situación paradójica porque entonces no habrá ya tiempo para religiosos “ya te lo dije”, que esconden verdadero temor ante la política e incapacidad de enlazar la necesaria mirada larga con los firmes pasos cortos de cada día.